¿Puede el hombre salvar al hombre?
- Estudio
- 28 jun 2015
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Tenemos dos mentes, una que piensa, y otra que siente", dice Daniel Goleman en su libro "La inteligencia emocional".
Esta es una de las revolucionarias frases que contiene el libro, uno de los grandes best-sellers de los últimos años. La educación que se imparte en las escuelas –plantea Goleman– fortalece la inteligencia racional, pero descuida la inteligencia emocional. Esto trae insatisfacción y frustración. Por eso propone el cultivo de actitudes que desarrollen, por ejemplo, el optimismo ("que favorece a los enfermos del corazón"), y la esperanza ("que tiene poder curativo").
Goleman sostiene que, quitando la ira, la ansiedad y la depresión podremos quitar el cáncer y otras enfermedades crónicas.
Goleman pone su esperanza en una nueva educación que prepare de verdad a los jóvenes para la vida. Dice: "Imagino un futuro en el que la educación incluirá como rutina el inculcar aptitudes esencialmente humanas como la conciencia de la propia persona, el autodominio y la empatía, y el arte de escuchar, resolver conflictos y cooperar."
Sin duda que el planteamiento de Goleman llena un vacío en la enseñanza formal de los colegios. Redescubre el valor de un sector descuidado de la personalidad humana. Sin embargo, ¿es esta la panacea para solucionar definitivamente los problemas del hombre?
Su planteamiento no es distinto de muchos otros que hace la ciencia actual.
En efecto, hay una tendencia actual en la literatura, conocida como la literatura edificante, algunos de cuyos representantes son autores como Rampa, Mandino, Coelho, etc. En esta literatura se intenta dar recetas para mejorar al hombre. Son el equivalente, en el plano valórico, a lo que es la divulgación científica en el plano de las ciencias. Sus cultores no son moralistas de nota, sino divulgadores de moral.
Ellos creen poder mejorar al hombre desde afuera, estimulando el cultivo de ciertos valores. Propician algo así como una religión sin Dios.
La esperanza de que el hombre pueda ser mejorado en su condición sicológica, y su pretensión de un futuro mejor gracias a los efectos benefactores de una educación mejor, son similares a las aspiraciones de los iluministas franceses del siglo XVIII.
Si miramos a la luz de la Biblia, podemos afirmar que tales pretensiones no tienen mucho asidero, por cuanto "lo que es nacido de la carne, carne es." Nada que el hombre haga puede variar la naturaleza del hombre.
El hombre no puede sacarse de encima la ira, ni la ansiedad ni la depresión, porque el hombre es constitutivamente hablando un ser caído, que necesita de la gracia de Dios. El hombre no alcanza una solución definitiva con promover actitudes de optimismo o de esperanza. Es verdad que esas actitudes pueden mejorar algunos de los síntomas del mal, pero no pueden con el mal.
El hombre es como un vestido viejo que no puede ser parchado sin que se rompa. La solución, por tanto, no es remendarlo por partes, sino reemplazarlo por otro nuevo. Y eso sólo lo puede hacer Dios.
El hombre no puede mejorar al hombre. Los mismos que pretende hacerlo están definitivamente mal. Ellos mismos necesitan un Salvador más grande que ellos.
Dios sabía muy bien todo esto, y por eso envió a su preciado Hijo para salvarnos. La condición para recibir la salvación es reconocer que no podemos salvarnos por nosotros mismos y que necesitamos de un Salvador.
No hay posibilidad alguna de cambio de naturaleza si no es por el nuevo nacimiento, que es por el Espíritu de Dios.
Sólo si creemos en el Señor Jesús como Hijo de Dios, tendremos una nueva naturaleza que no necesita ser mejorada. Sólo en Cristo, las cosas vienen a ser todas nuevas.
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